Cuando hicimos historia - Vallejos



Cuando hicimos historia - Vallejos




Cuando hicimos historia - Vallejos


El gobierno de la Unidad Popular, dice Tomás Moulián en un bello artículo publicado a poco de iniciarse nuestra prolongada “transición a la democracia”, fue a la vez fiesta, drama y derrota. La mayoría de quienes se han referido a esta experiencia, sin embargo, ya sea en clave analítica, historiográfica o testimonial, han puesto el acento en el drama y la derrota, casi nunca en la fiesta. Considerando el desenlace que ella tuvo, y todo lo que vino después, el énfasis ciertamente no resulta antojadizo: los errores deben ser reconocidos y los crímenes posteriores denunciados. De tanto insistir en esa dimensión, sin embargo, hemos perdido de vista lo que la Unidad Popular tuvo de “positividad” histórica, de esfuerzo vivo y entusiasta por construir una sociedad más humana, más justa y mejor. Hemos olvidado que quienes creyeron y se jugaron por ese proyecto lo hacían movidos por una aspiración utópica y por la convicción de que las personas de carne y hueso que habitan este país, incluso -o especialmente- los más humildes y postergados, son sujetos plenamente habilitados para hacer historia. Fue esa sensación de apertura y protagonismo, de que no había estructuras demasiado asentadas ni obstáculos demasiado insalvables como para frenar la creatividad colectiva, lo que imprimió a esos mil días su sello más electrizante y más entrañable. La “fiesta” a la que alude Moulián, y que muchos partidarios de esa experiencia evocan hoy con indisimulada añoranza, no es otra cosa que la conciencia de haber hecho historia. De que, al menos por un momento, la historia se convirtió en proyecto a realizar, y no en el dominio eterno e inconmovible de poderes fácticos.


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